domingo, 30 de noviembre de 2008

UN HOMBRE DE NEGOCIOS

Después de un fatigoso y oscuro día de negocios emprendidos y resueltos eficazmente, la suerte le sonrió y encontró sitio para pasar la noche en uno de los lugares más bellos de la ciudad. Silencioso, apartado del frío más crudo del invierno, al otro lado de unas estrechas pero bien pensadas cristaleras y con unas lujosas vistas al entorno que le estarían esperando nada más despuntar el alba. Esto ocurría mientras la calma iba encontrando su destino en las calles heladas. Las horas transcurrieron sin grandes sobresaltos: algunos pasos al otro lado de la puerta, alguna carcajada, dos o tres ambulancias a lo lejos; nada con importancia. Amaneció. La luz filtrándose con intensidad por las esquinas de aquella habitación improvisada le bañaba los párpados por dentro. Finalmente abrió los ojos, se situó al cabo de unos cuantos segundos con el exacto desconcierto de quien está acostumbrado a cambiar de lugar cada día; pensó en el éxito de la jornada anterior y se alegró un instante. Sabía que las empresas de hoy no iban a ser fáciles; no están los tiempos para descuidos. Apartó primero la caja que le cubría hasta los hombros, y el sol se le echó encima como una alimaña hambrienta. Seguidamente se desembarazó de la otra, la que abrigaba el cuerpo; había tenido suerte en encontrarla con doble capa de cartón, pensó. Se levantó, se sacudió la ropa como quitándose pedazos de sí mismo, recogió las mantas raídas, las bolsas, la botella, y abrió la puerta de aquella sucursal de la que nunca – estaba seguro- iba a ser el primer cliente.

Córdoba,noviembre, 2008.